domingo, 20 de septiembre de 2009

Las primas, de Aurora Venturini

*
Existen libros que pueden considerarse obra de un escritor mayor, libros que deberían figurar en cualquier catálogo que incluya lo más importante que alguien haya escrito en determinados momentos de la historia de determinadas literaturas –aceptando que hay muchas literaturas y que una de sus posibles subdivisiones es el origen geográfico de esas determinadas literaturas, una definición a todas luces arbitraria y a la que no suelen adherir los escritores–, libros que pese a su impacto, y a la anónima pero contundente impronta que dejan en un puñado de lectores, sin embargo quedan perdidos en los anaqueles de las librerías, o en los depósitos de las editoriales que los dieron a conocer.Esta variante de la injusticia suele dejar sin aliento a los pocos lectores que logran atraer ciertas obras en su primera edición. Los deja, también, repletos de preguntas sobre la forma de circulación de un libro y sobre los tiempos que requiere un texto para lograr, finalmente, trascender a un público más amplio.Es el caso de Aurora Venturini y su libro Las primas, de quien puede decirse que si no sucede algo muy estrafalario, quizá algún día, algún historiador del arte, o de las letras, uno de esos escudriñadores de saldos en busca del arca perdida en la calle Corrientes, recupere el legado de esta octogenaria, una de las escritoras más modernas de argentina.La historia detrás del libro es tan interesante como el libro mismo. Fue publicado en 2007 luego de obtener el premio Nueva Novela, en el concurso convocado por el diario Página/12, que hasta donde yo sé, luego de esa primera edición no volvió a convocarse.Se dice que más de un integrante del jurado se sintió en una encrucijada. ¿Era posible que un escritor desconocido pudiera escribir así? Parte del jurado, entre ellos Sandra Russo, Rodrigo Fresán y Alan Pauls, en medio de las dudas, apuntó su mirada al indefinible César Aira. Así, el autor de Embalse, entre otros títulos de una vastísima e imprescindible obra, se habría presentado a concursar por el mero afán de poner a prueba el veredicto, y en el camino dejar una de sus gemas para ver qué decían. Pero no fue eso lo que pasó. Finalmente la novela fue elegida como la mejor entre aproximadamente 650 originales.La novela es, en el fondo, la presentación de un método: cómo se inventa un lenguaje. En este caso, el de Yuna, una adolescente con un leve retraso mental que pinta cuadros dignos de un talento que en principio ella no podría tener. Yuna es una rara entre raras: su maldecida estirpe (ella, sus primas y su hermana) es la prueba de algún oscuro designio genético: todas presentan algún tipo de malformación, locura o grado de idiotez.Lo primero que es mágico en el libro es que Yuna escribe y es creíble cuando lo hace. Y lo que cuenta lo cuenta desde una mirada no convencional, como no convencional sólo puede ser la mirada extraña de alguien que se sabe casi un engendro (ella tiene esa conciencia sobre sí y no emite juicios morales al respecto). Lo otro que también es mágico es que pareciera haber un secreto en la forma con la que el lenguaje de Yuna atrapa el mundo con una mirada entre cándida y desesperanzada, que deja ver rastros de una puja interna desprendida de los prejuicios sociales (vividos más como curiosidad antropológica que como padecimiento) y de las miserias y cómo afectan a los corazones sensibles –el de Yuna es uno–, en medio de una profunda reflexión sobre el lenguaje.Contar la historia que cuenta este libro, como en algunos grandes libros, es no decir nada. Sólo alcanza con decir que es algo así como una breve autobiografía novelada, donde confluyen ciertos tópicos barriales que remiten a la mitad del siglo pasado, y donde también se da cuenta de cierta percepción, propia de las clases medias, sobre el arte como forma de ascenso social.La historia de Venturini también es riquísima. Antes de recibir el premio por Las Primas, ya tenía una extensa obra que se perdió en el ostracismo de ediciones chicas. En 1948 Jorge Luis Borges le había entregado el Premio Iniciación por su libro El solitario.Se codeó en Francia, a donde se fue exiliada luego de la Revolución Libertadora (que de revolucionario y libertador no tenía nada), con Jean-Paul Sartre, Simon de Beauvoir y Albert Camus. Escribió sobre Lautremont y Rimbaud. Finalmente, a los 85 años, escribió Las primas, en La Plata, libro por el que debería ser recordada, con más justicia, como parte de lo más importante creado por un escritor argentino en el primer tramo del siglo XXI.

viernes, 7 de agosto de 2009

Piglia y los detectives

"El detective es aquel que encarna el proceso de la narración como un tránsito del no saber al saber. Y pone de manifiesto la pregunta sobre qué sabe el que narra. Pregunta, por otro lado, que abre paso a la novela moderna.

El detective, entonces, funciona como un personaje que mantiene con el que narra una relación conflictiva que recorre, por supuesto, la historia del género.

A su vez, el detective es ya no una figura formal sino una figura social. Se constituye como aquel capaz de enfrentar la problemática de la verdad o de la ley justamente porque no está asociado a una inserción institucional. Centralmente, la policía. El detective viene a decir que esa institución, en la cual el Estado ha delegado la problemática de la verdad y de la ley, no sirve."

Parte de lo que expuso Ricardo Piglia, en un seminario desarrollado en la Facultad del Filosofía y Letras de la UBA, publicado por Clarín, en 1991. El texto se titula "La ficción paranoica". Y lo reproduce El interpretador, en su último número.

Más del autor de, entre otras novelas, Plata Quemada, acá.
*
*
*

jueves, 6 de agosto de 2009

Plan de evasión



Manuel Puig, de quien pueden encontrar más datos acá, se confiesa ante un español rimbombante que entrevistó a buena parte de los escritores latinoamericanos más trascendentales de la segunda parte del siglo XX y que puede asaltar tu pantalla si mirás cada tanto el excelente canal Encuentro. El fragmento de arriba es parte de una entrevista conmovedora. Puig dice que para él, ir al cine, era una forma de encontrarse con otra realidad diferente a la que se encontraba todos los días al despertar. Era un chico gay, que soñaba con estrellas de Hollywood, en medio de un pueblo de la pampa.

viernes, 26 de junio de 2009

Y dale con Saccomanno (pero bien)

El periplo de Guillermo Saccomanno en Neuquén, sobre quien escribí en el post anterior, pueden seguirlo acá, con una muy buena crónica que incluye una charla sobre literatura con presos de la Unidad 9 y otra con Sandra Rodríguez, la compañera de Carlos Fuentealba.

                                                                                                                                                                                                      

Trabajo y Literatura

Guillermo Saccomanno es uno de esos escritores que entienden la literatura, además, como una herramienta política. Le hice una entrevista para el diario, y lo escuché pasar de Dostoievski y la Nueva Narrativa Argentina, a los Montoneros, el ERP, el peronismo, el campo popular, a los nombres y prontuarios de ex represores con nombres agrios que en sus palabras parecen serlo todavía más.

En la breve charla que mantuvimos me contó una historia que yo conocía en parte: hace como 30 años hizo la colimba en Junín de los Andes. Ahí conoció a Orlando "Nano" Balbo, un docente que ahora milita en la Central de Trabajadores Argentinos. Nano y Saccomanno me contaron cómo eran sus días en el regimiento de Junín. Eran unos soldados superpolitizados. Una imagen poco habitual si se la compara con el lugar común que quedó como imperativo de la época: pibes flacos y muertos de frío corriendo de un lado a otro, porque eso los disciplinaría en la respuesta torpe y automática a órdenes igual de torpes y automáticas. 

Se la pasaban hablando de política, a la noche, después de las guardias, y hasta cuando estaban de franco, dentro del cuartel, porque la verdad es que no había mucho para hacer afuera de las paredes heladas detrás de las cuales pasaban sus días y en el tiempo libre optaban por quedarse dentro del regimiento.

El caso es que los dos amigos dejaron de verse tiempo después de la conscripción. Saccomanno incluso llegó a pensar que Nano estaba desaparecido. No es un pensamiento infundado: después supo que Nano estuvo detenido en un centro clandestino y fue torturado por la dictadura militar. (Lo interesante es que, primero, Saccomanno intuye eso por contexto: no tenía datos fehacientes de que fuera así, pero le bastaba mirar un poco lo que pasaba, y pensar en los que ya dejaban de estar para arribar a la conclusión.) 

En este punto, la historia tiene un bache de más de treinta años. Saccomanno estudió Letras. Siguió leyendo a conciencia, como cuenta, leyó toda su vida. Se puso a escribir. Después, un día, en una feria del libro en San Martín de los Andes, una persona viene y le dice a él, un narrador con cierto prestigio en las letras argentinas: "Te manda saludos el Nano". Ahí se enteró de que su ex compañero de la colimba seguía con vida. 

Poco después se encontraron y trataron de dejar de lado la borrachera melancólica del recuerdo. En su lugar, pensaron en una convocatoria que los rescata a ellos como esos dos que fueron cuando dejaron de verse: todo aquel trabajador que tenga una historia para contar, que la escriba. El que no la pueda escribir, porque no sepa leer o escribir, que le pida a alguien que se la escriba. "El mundo del trabajo", se llama la convocatoria, a la que no quieren decirle concurso. La CTA elegirá unos textos y los publicará, en un libro y en sitios de internet. "Tenemos que desacralizar la escritura. Hay que bajar la literatura del pedestal. Hay que recuperar la palabra como forma de construcción de la identidad de los trabajadores por ellos mismos", dice Saccomanno.             

                                                                                                                                                                               

viernes, 19 de junio de 2009

El paso del tiempo

"El escritor no sabe, en el fondo, si fracasó o tuvo éxito. La popularidad de un libro no quiere decir nada. Al final, cada escritor sabe que con el tiempo se decide si ha fracasado o no. Todo escritor se queda con cierta angustia. Por lo menos eso sienten los escritores que no se han vuelto estatuas y empiezan a tronar olímpicamente -como las estatuas-. Yo no quiero llegar allá nunca, porque los que no llegan a ese estado tienen respecto a su obra esa incertidumbre de si pasará la prueba del tiempo. Si significará para otros en el futuro lo que para uno significaron los grandes libros que le cambiaron la vida."

Mario Vargas Llosa, en una entrevista publicada en el diario colombiano El tiempo.

domingo, 14 de junio de 2009

Vuelta por el universo



El otro día tuve algo así como una regresión. Estaba haciendo zapping, antes de irme a dormir, los ojos rotos, el cuerpo cansado, cuando entre canal y canal me sorprendió la imagen de una nebulosa perdida del espacio exterior y la voz de un hombre.

No sé qué nebulosa era, pero al hombre lo reconocí enseguida: Carl Sagan. Su relato, la voz en off, se adentraba de apoco -como para no asustar a nadie- en no sé qué misterio recóndito.

Sagan marcó a todos los que hoy tenemos más de 30 años con su serie Cosmos.

Cuando yo andaba por los siete u ocho, mi viejo y yo nos sentábamos frente a la tele (a mi viejo le encantan las historias de extraterrestres, los enigmas arquitectónicos como la construcción de las pirámides de Egipto, los relatos populares de descabezados irrumpiendo en caminos perdidos de la Patagonia) y así una vez por semana mirábamos, maravillados, la andanada de constelaciones, de cometas, que Carl Sagan comentaba para nosotros, con la sorprendente sabiduría del que te simplifica los caminos para acceder a los conocimientos más inexpugnables, del modo más sencillo.

Pasaron como veinte años para que volviera a verlo. La buena noticia es que Cosmos sigue siendo tan buena como entonces. Ahora la dan por el excelente canal Encuentro (jueves a las 23). La otra opción es internet: haciendo click acá, pueden acceder a una serie de capítulos, todos traducidos al español.

Ahora puedo ponerle palabras a algo que cuando niño experimentaba bajo la forma de la sopresa o la incredulidad: disponiendo de varias opciones para decir las cosas, máxime siendo un especialista de renombre, Sagan conmovió a su público doblemente: con la dimensión científicica de lo que decía y con la belleza (con la poesía) de sus revelaciones.
                                                                                                                           

jueves, 14 de mayo de 2009

Luche y vuelve



Vi El luchador. Que es como decir que vi a un retrohéroe luego de que le estallara la bomba nuclear en la cara tras un día de bajón de cocaína.

Micky Rourke con rostro de zombie, o con rostro de sobredosis de botox, rizos rubios posnucleares.

Actúa de sí mismo (un empecinado en perder que simula que no lo sabe: la conciencia sumergida en bares de nudistas y desconocidos; los malos amigos de esos bares, las drogas como diosas griegas inyectables, tóxicos intravenosos, o para derretir autos y matar plagas de la China en Santa Fe (todo sirve para pasar la noche, Rourke, un tipo con el corazón grande).

En plena séptima vida de gato, va a filmar en Río (con Stallone) y va a bajar a Buenos Aires. Un cirujano argentino y una cara nueva lo esperan (si tal cosa fuera posible).                                                                                                                                                                   

martes, 12 de mayo de 2009

Palabras



“Editar lo que alguien dice me parece siniestro y es una costumbre muy propia del periodismo argentino. Y yo nunca entiendo porqué lo hacen. A mí me pasó muchas veces que me encuentro, me veo en publicaciones diciendo palabras que yo sé que no digo. Yo sé las palabras que elijo. Sé si voy a decir hospital o nosocomio. Y sin embargo a veces me veo diciendo palabras como nosocomio. Y me parece curioso porque yo creo que los periodistas deberían entender que las palabras que uno dice me parecen tan importantes como las supuestas ideas que uno trata de transmitir con estas palabras. Sin embargo los periodistas se creen libres de poner cualquier palabra en boca de cualquiera; de traducir lo que alguien dice a un lenguaje supuestamente… mejor ¿será? Me impresionó mucho. Es como si en una foto a mí me pusieras pelo rubio, ¿no? ¿Por qué?”

Parte de una entrevista a Martín Caparrós publicada en eblog. El resto de lo que dice uno de los cronistas más trascendentes en la actualidad (cualquiera sea el idioma en que escriba), acá.
                                                                                                                                                               

Contate uno

Varias decenas de escritores adelantan en este sitio de qué las va el nuevo libro que acaban de publicar. Sencillo, rápido, entretenido. Una miniferia del libro que también sirve de muestra de cómo las buenas ideas en internet pueden hacer la diferencia.                                                                                                                       

lunes, 11 de mayo de 2009

El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad

Cuenta Mario Vargas Llosa que Leopoldo II perpetró en el Congo una de las masacres más sanguinarias en la historia de la humanidad con la finalidad de llevar la mayor cantidad de marfil posible para el reino de Bélgica (1885-1906). Una de esas masacres que ponen en cuestión la palabra civilización, o cualquier otra que trate de definir el ambiguo orden estatuido donde los hombres suelen vincularse las más de las veces de forma escabrosa, si es que en medio están la religión o el dinero. Vargas Llosa lo dice en el prólogo de una edición de bolsillo que tengo de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, y no es lo único que dice. Citando un libro (King Lepold's Ghost), un "notable documento sobre la crueldad y la codicia", señala que acaso el monarca belga debiera figurar, junto a Hitler y Stalin, entre los genocidas más sanguinarios del siglo XX, ya que serían unos cinco millones de personas las exterminadas durante el saqueo ocurrido durante su reinado.

Tuve la suerte de leer el libro de Conrad con el insustituible prólogo de Vargas Llosa, que posibilita un contexto histórico que permite apreciar mejor la magnitud de la novela.

En El corazón de las tinieblas, Conrad, que en ningún momento menciona a Leopoldo II (parece que en la edición original sí y fue editada), y no recuerdo que tampoco escriba la palabra matanza, o masacre, o alguna que lleve a pensar en muertes a gran escala, cuenta lo que vio en el Congo, donde permaneció seis meses trabajando para los tentáculos de una de las compañías que servían al monarca belga.

Le encomendaron la misión de adentrarse en la espesa selva para traer de regreso a territorios menos hostiles a otro agente de la compañía.

Y hay un ineludible parecido entre la trama del texto (a grandes rasgos: expedicionario se pierde con un barco en la selva para traer de regreso a un desquiciado recaudador de riqueza para la corona -Kurtz en la película que Francis Ford Coppola llevó el cine: Apocalypse Now) y ciertos aspectos biográficos del escritor y su estadía en África.

El libro, una novela relativamente corta, que puede leerse en una tarde de un solo tirón, es la crónica de una fuerza opresiva caracterizada por una ausencia estruendosa: el mal, sin nombre, que siempre está, y podría constituirse en la única explicación razonable para los ojos de alguien ante el horror: negros tratados en condiciones infrahumanas y blancos degradándose hasta el paroxismo.

Pero lo no develado explícitamente, el poder real que opera por ausencia, también es una atmósfera. Es decir, la tiniebla, la falta de luz, la presencia de la bruma, el verde azulado y negruzco de la vegetación, y la humedad no disminuidas sólo a piezas de una geografía y un clima, sino más bien presentadas como componentes insustituibles de una opresión fantasmagórica en sus efectos, y terrible por su ajenidad con el mundo fantástico (la otra explicación plausible para lo que no puede ser).

Hay, al margen de la locura, que es lo que también está en un primer plano de forma constante en el libro, una lectura política: la pregunta sobre qué es la barbarie (quién es el bárbaro). O dicho de otro modo: qué es la civilización y cuáles son los costos que permiten que se imponga.

domingo, 10 de mayo de 2009

Nuestro hombre en la Feria

Jaramillo fue a la Feria del Libro y vivió para contarlo en la edición dominguera de Perfil.                                                                                                                                                                                              

sábado, 9 de mayo de 2009

Narcocultura

“El narcotráfico suele golpear dos veces: en el mundo de los hechos y en las noticias, donde rara vez encuentra un discurso oponente. La televisión acrecienta el horror al difundir en close-up y cámara lenta crímenes con diseño “de autor”. Es posible distinguir las “firmas” de los carteles: unos decapitan, otros cortan la lengua, otros dejan a los muertos en el maletero del automóvil, otros los envuelven en mantas. En ciertos casos, los criminales graban sus ejecuciones y envían videos a los medios o los suben a YouTube después de someterlos a una cuidadosa posproducción. La mediósfera es el duty-free del narco, la zona donde el ultraje cometido en la realidad se convierte en un informertial del terror.”

El escritor Juan Villoro y la legitimización de los carteles de su país en la “sociedad del espectáculo”. El resto del texto, vía El Malpensante.
                                                                                                                                                                                   

viernes, 8 de mayo de 2009

Aira en video

Entrevista para la tele de Francisco Ángeles al autor de La vida nueva, libro del que escribí algo acá.



Los trabajos y los días

“Cuando me pregunten por la literatura argentina, voy a decir que el escritor que tiene más futuro trabaja limpiando piletas”.

(Un periodista chileno, al hablar de Félix Bruzzone, citado en un artículo de Crítica acerca de cómo se las ingenian para subsistir los narradores argentinos.)
                                                                                                                                                                                 

El barbijo del fin del mundo

Vaya este post como humilde homenaje de Ruta León al primer contagio de gripe porcina entre nosotros: A mitad de camino entre la Ciencia Ficción y la más pura especulación científica, el filósofo Pablo Capanna traza un perfil del que podría ser el virus del fin el mundo, uno de cuyos eslabones -perdidos- acaso sea, por qué no, el ordenador donde estés leyendo esto (¡!).

Click acá para leer la nota publicada en el suplemento Futuro, de Página/12.
                                                                                                                                                                                

martes, 5 de mayo de 2009

Una entrevista a Sergio Bizzio



Hace un par de días le hice una entrevista telefónica a Sergio Bizzio. Dice que está escribiendo la versión argentina de El corazón de las tinieblas, pero también aclara que todo puede cambiar de un momento a otro y su libro puede seguir cualquier otro rumbo. Bizzio es uno de los autores de su generación, la de los que rondan los cincuenta años, más prolífico y telentoso. Sus libros conjugan dos cosas muy difíciles de lograr: la poesía como circunstancia global al final de la última página y algo con lo que algunos autores no se llevan muy bien: escribir libros entretenidos. Su última novela, Realidad, se trata de un grupo de terroristas que toma la casa de Gran Hermano y comienza a manipular los contenidos del programa. En la entrevista que sigue habla de su novela, de las anteriores, y de su relación con la escritura y el cine, ya que también, quienes no lo conozcan, tiene que saber que dirige películas.

–Hay una constante en el último tramo de tu obra: la televisión: ¿Plantás una historia en un contexto que conocés?

- La verdad es que no me lo planteo previamente al comienzo de la escritura, nunca sé muy bien en que va a terminar todo. Entiendo el sentido de la pregunta: si trabajo con aquello material que conozco. La verdad es que no conozco nada; siento que tengo que aprenderlo todo de nuevo cada vez que voy a escribir algo. Por ejemplo, en el caso puntual de Realidad, no conozco cómo es una toma de rehenes. La novela tiene más que ver con una toma de rehenes que con la televisión misma. Me interesaba la idea de los manipuladores manipulados, de los productores de televisión que manipulan a un grupo de chicos encerrados en la casa de un reality show, manipulados por otras personas que toman el "poder" en un canal de televisión.

-Fuiste guionista de televisión, ¿qué mirada tenés sobre ese mundo?

- No tengo una mirada moral ni política. Era mi trabajo, uno como cualquier otro y yo trataba de hacerlo lo mejor posible. De hecho estoy abierto a ese trabajo. Cada tanto me llaman para escribir para la tele. Tuve la suerte de rechazarlo porque estaba con otros trabajos relacionados con el cine, pero es un universo bastante particular, aunque no más que otro universo. Es como una burbuja donde circulan siempre las mismas bacterias, siempre la misma gente que pasa de un canal a otro, de un programa a otro. Todo el mundo se conoce. La empresa que llamamos televisión, la empresa global que llamamos televisión necesita vender sus productos. Y todos los escalafones inferiores a los directivos tienen muy asociada la calidad al éxito. Lo que tiene éxito es lo que tiene calidad, o lo que tiene calidad tiene que tener éxito, una asociación bastante pobre.

-Leyendo Realidad y el último tramo de tu obra se ve un tema recurrente: el encierro. Está también en Rabia.

-Sí, me sale así, yo me doy cuenta de esto. Mis novelas tienen al encierro como tema principal.

- Al sentarte a escribir, ¿tenés una idea general del rumbo que vas a seguir o sos más bien instintivo?

-Siempre es distinto: a veces tengo una idea general, panorámica, a veces tengo una frase, a veces una escena. En las ocasiones en las que yo me planteé ir en determinada dirección, siempre seguí desvíos que me interesaron o gustaron más, cosas que no tenía previstas y por las que me dejé llevar; siempre es distinto.

- ¿Escribís todos los días?

-Sí, escribo todos los días, lamentablemente. (Estoy liquidándome.) Pero también tengo que decir que escribo todos los días cuando escribo algo; cuando no estoy escribiendo nada puedo pasar largas temporadas sin mover un dedo. Pero cuando tengo algo para escribir lo hago todos los días, y por mucho tiempo, muchas horas, prácticamente es lo único que hago, desde la mañana bien temprano hasta la noche bien tarde.

-¿Corregís mucho?

-Ahora corrijo más. Le encontré el gustito a la corrección. Antes le daba una repasadita nada más a lo que hacía. Ahora corrijo una cuantas horas, y le dedico un tiempo bastante extenso a la corrección. Me voy metiendo como entre las oraciones, entre las frases, y encuentro cosas nuevas adentro. Estoy como escribiendo adentro, metiéndole leña adentro a las cosas. La corrección es parte de la escritura de lo que estoy escribiendo ahora, una novela que se vuelve pesadillesca, microscópica. Cada vez hay más cosas en profundidad, cada vez más y más y más.

-Suena bueno para el que lo va a leer...

-Espero que sí. Al mismo tiempo estoy trabajando a conciencia en ser muy claro. Todo el tiempo. Elimino las frases que tienen sombras, o que tienen oscuridad. Quiero que sea todo absolutamente muy claro.

-¿Cómo convivís con la doble intención creativa de escribir y ser cineasta?

-La literatura y el cine son dos prácticas vecinas, que hacen muy bien por otra parte en mantenerse separadas. Pero yo las siento como parte de un mismo universo personal. Si bien es cierto que la literatura es algo que uno escribe a solas y el cine requiere de 40 personas, una diferencia inicial que plantea todas las subsiguientes.

-Tus libros logran algo que me parce muy difícil: no le allanan el camino al lector, pero no dejan a nadie afuera. Ofrecen diversos planos de lectura, y la poesía o la belleza operan en un plano no del todo evidente, más como una consecución, como un resumen global en tus libros ¿Estás de acuerdo con eso?

- Eso que decís es exactamente lo que yo pretendo. Vos lo dijiste, realmente no tengo nada que agregar a eso. Es lo que yo pretendo, que no quede nadie afuera pero que al mismo tiempo lo que escribo pueda leerse en muchos planos. Casi al estilo, y no quiero sonar pretencioso, de las máximas budistas o zen, que son absolutamente claras y que al mismo tiempo son absolutamente misteriosas.

- ¿Qué valoración hacés de los nuevos autores argentinos?

- Leí algo de Pedro Mairal y también a Félix Bruzzone. Los dos me parecen buenos narradores, pero a los demás no los leí. Soy un lector muy desordenado, leo mucho pero con total desorden. Paso de un contemporáneo a un clásico en el mismo día, así que no hice una lectura ordenada ni profunda de la generación que viene a matarnos.

-¿Y ahora que estás leyendo?

-Ahora estaba releyendo Ada o el ardor, de Vladimir Nabokov, y ayer en un momento leí El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad de un saque. Lo volví a leer porque estoy escribiendo una historia que es, hasta acá, El corazón de las tinieblas tal como yo la recordaba. Yo la leí hace 30 años, y vi la película hace 27, y no la había vuelto a leer ni a ver la película de (Francis Ford) Coppola, y me la puse a escribir tal como la recordaba, y ayer me dije: "Vamos a leer la obra de Conrad", y me di cuenta de que me acordaba bastante bien (risas). Es una obra extraordinaria, una novela sobre la luz, y eso Coppola lo capta muy bien en la película, con Marlon Brando entrando y saliendo de la sombra. Toda la novela es una novela sobre la luz.

-¿Vos te sentás a escribir un cuento o una novela, o lo definís en el momento? Dicho de otro modo: ¿Hay historias que vienen con, por decirlo así, la forma de un cuento o de una novela?

-Eso es muy difícil de saber. A veces uno tiene la sensación de que algo que tiene en mente puede necesitar una determinada extensión para ser narrado, pero es muy difícil de saber. Yo terminé escribiendo cuentos, algunos publicados en el libro Chicos, pensando que me iban a llevar medio año, o un año, o un año y medio, y terminaron llevando 10 páginas.

-Algunos de tus cuentos muestran giros que no tienen nada que ver con lo anterior de la historia que estás contando. ¿Podés describir lo que provoca esas irrupciones?

-Me gustan mucho esos giros al costado. Giros brutales pero fluidos. Creo que es una influencia del cine de David Lynch. No sé si es una influencia palpable o real, pero recuerdo haber pensado en su cine en algunos finales de cuentos. Funcionan pero no tienen nada que ver con el final convencional que podría esperar un lector. Esto también lo estoy trabajando mucho en esta versión argentina de El corazón de las tinieblas (risas).

- Realidad, ¿se va a filmar?

-No estoy trabajando en un guión. Pero hay un productor español muy interesado. Sí se filmó Rabia. La produjo Guillermo del Toro, el director de El laberinto del fauno. Está filmada y terminada, la dirigió un joven ecuatoriano muy talentoso que se llama Sebastián Cordero, y el protagonista es Gustavo Sánchez Parra, el coprotagonista con Gael García Bernal de Amores Perros. Y es una coproducción española- mexicana-francesa y colombiana. Y se va estrenar en algún momento de este año. Cuando escribí Rabia también quería una novela completamente sencilla, y entretenida, como las novelas que yo leía a los 15 años. Tiene un final muy novelero, pero novelero de televisión, yo lagrimeaba cuando escribía el final, recuerdo eso.
                                                                                                                                                                                 

viernes, 1 de mayo de 2009

Ballard

Hace algunos días murió J.G. Ballard. Fue un escritor que ofreció una mirada diferente sobre los cambios experimentados a partir de la segunda mitad del siglo pasado por ese amasijo de carne, automóviles, computadoras y virus en mutación constante (¡Oink de chancho mediante!) llamado civilización. 

Junto a la obra de Philip K. Dick, la de Ballard, que recibió el reconocimiento mundial en los últimos veinte años, no pudo despegarse nunca del lastre de formar parte de un subgénero literario: la Ciencia Ficción, una clasificación que sirvió para contar desde antes los cambios espectaculares que sucederían después, y que ahora se encuentra en una disputa cabeza a cabeza con el realismo para ver quién es quién.

Los libros de Ballard no son sólo un laboratorio científico-literario vaticinador de delirios, de verdades como porciones de la realidad tamizadas por un ácido lisérgico. Uno se quedaba con la impronta, luego de leer Crash, luego de leer Noches de Cocaína, de una poética puesta al servicio del desastre. Un libro de Ballard deja en la mente de quien lo lee la imagen de un amanecer post-catástrofe, de un silencio espeluznante, o de la refundación de un planeta (ojo, no esa epifanía pavota que permite digerir bien los pochoclos cuando lo que la provoca es una película del Village; más bien los ojos abiertos para ver todo eso que hasta la mañana anterior no habías apreciado). 

Entre todo ese tufillo a fin del mundo que suelen tener algunos de sus textos, siempre hay cierta cuota de esperanza. Hasta que, claro, prendas tu televisor y todo vuelva a hacerse añicos nuevamente contra tus pupilas. 

El que mejor dijo todo esto en las innumerables notas publicadas en los últimos días tras la muerte del inglés fue Juan Villoro. Dijo: “J. G. Ballard logró distinguir, aun en medio del caos, el desconcertante resplandor de la belleza.”

Acá, su texto completo.

(La foto, por si hace falta, muestra a Borges y a un Ballard de mediana edad.)

Blogs, poesía y Delirio Suburbano

El viernes estuve en el Roca Blog Day. Participé de la mesa "Blogs y nuevos espacios culturales". Compartí este ámbito, sobre el cierre del encuentro, con Alfredo Jaramillo y con Andrés Stefani.

Había escrito algo para decir ese día. Finalmente opté por extraer dos o tres conceptos de esa idea inicial. Uno de ellos es: por qué, desde mi rol de periodista, abrí este blog. Conté que necesitaba un poco de aire, escribir de otros temas diferentes a los de la edición diaria de papel, por lo general relegados a los conflictos sociales, a las roscas políticas y eventualmente a los ajustes de cuentas informados por interesadas fuentes policiales con el cierre de la edición corriéndome desde atrás. A veces, todo esto genera cierta adrenalina (la parte buena del trabajo) pero también cierto acostumbramiento y escepticismo (obvio, la parte mala). Uno corre el riesgo de poder transformarse en un autómata de la noticia. Se abre paso cierta puja interna relacionada con la intención de no perder la frescura para contar algo que logre ser interesante y transmitir una novedad. Algo que sea claro, que pueda entender cualquiera, y que, en lo posible, cumpla con algo parecido al bien social. O lo que uno entiende como un bien social. No siempre se puede. 

A mí el blog me permite buscar cierto descanso. (Es paradójico porque también es cierto que trabajo más.) Me hace mirar un poco para otro lado, y refrescar un poco el hecho de escribir. Dije, el viernes, que todo se fue transformando en algo así como un diario de lecturas. Este blog tiene algo de eso, y algo de contar algunas cosas que veo todos los días, con un lenguaje más desacartonado, el tipo de lenguaje que me venga en ganas, que no siempre es el que te impone, indirectamente, la edición de papel.

Otra cosa que dije es que los blogs, éste, la mayoría, son algo así como la marca de una ausencia. Me parece que reflejan un olvido de los medios en general, con un par de salvedades, que no suelen pensar mucho en las nuevas generaciones de lectores. O de reflejar otros intereses de sus lectores grandes, que quizá sí estén interesados en lo que se les pasa por la cabeza a los más jóvenes, que leen el diario cuando hay una banda de rock en la sección de espectáculos o para ver los resultados del fútbol o cuando el padre de un amigo se robó algo.

Después dije que los blogs fijan agenda. Y que son el reflejo de una tensión. Así como los grandes medios tienden a dejar de lado los intereses de las nuevas generaciones de lectores, y se tornan aburridos, y no hacen mucho por salir a buscarlos, y acaso hoy estén perdiendo una batalla, también es cierto que están corriendo detrás los temas que les imponen los blogs más leídos: los suplementos culturales suelen reproducir (más tarde) debates que se dieron en blogs de escritores y cineastas, por mencionar sólo un segmento acotado de los discursos que reproducen después. Esto no tiene que ver con la instantaneidad del formato digital, una velocidad que también podría leerse como pérdida respecto al papel, si se tiene en cuenta el tiempo de más que un diario tiene para salir a la calle.

Dije, además, que si hablamos de cultura, en un sentido amplio, en uno que rescate una vertiente política del término, un blog es un lugar que pertenece a su autor hasta cierto punto. Uno se sube a un blog, que ofrece una matriz predeterminada. Esto, a la hora de mirar todo el fenómeno desde una perspectiva cultural: un blog es una plataforma fabulosa de comunicación, pero impone sus reglas y las replica a escala global. Una visión política de todo el asunto no debería dejar de lado eso. Y dije que Faceboock es un ejemplo maravilloso (con todo lo malo que tiene) de cómo esas reglas pueden llegar a revertirse si muchos lo desean. Me parece genial que existan los blogs y que cada vez más gente los tenga. Pero como todo, me parece que hay que tener las cosas en claro.

Lo que no tuve tiempo para decir es algo que sí se mencionó en alguna mesa anterior. No me creo el verso de la "democracia" absoluta que implicaría la posibilidad de tener un blog. Existen la brecha digital y la falta de conocimientos como para poder asegurar tan libremente algo así. Creo que es una reproducción a escala de lo que sucede en otros ámbitos sociales: inclusión y acceso para algunos y para otros no. A grandes rasgos, es lo que dije.

Me pasaron cosas piolas. Por la tarde conocí a un bloguero con el que sólo había tenido contacto vía e-mail. Se llama Mario Favole. Hablamos de libros, intercambiamos impresiones y datos sobre la biografía de autores que ambos leímos. En el Blog Day le hizo una pregunta memorable a Jaramillo. "¿Es cierto que tu prima posó para Playboy?" Jaramillo asintió y después le contestó otra pregunta (esta vez hecha en serio), pero ya todos nos habíamos quedado pensando en su prima. Esto respecto al Blog Day, impecablemente organizado; sería bueno que se siga repitiendo. 

Después, con Jaramillo, me fui a la presentación de su libro: Grunge, en el comedor de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UNC. Ya había leído su libro, editado por Funesiana. Con Jara nos conocimos hace un par de años. Fue un ex compañero de redacción, y después él hizo bien y se fue a Buenos Aires. Cada tanto nos vemos y compartimos nuestras lecturas, sus poemas, y un par de vinos. 

Entiendo que en Roca tiene unos amigos que son tan buenos como él. Y los compartió conmigo. Me hice preguntas y me las respondí: si hay pibes que tienen entre 25 y 30 años que son así, no todo puede estar tan mal, después de todo. 

Fueron unas 60 personas al comedor de la universidad. Había cervezas y había empanadas. Primero leyó Héctor Kalamicoy. Kalamicoy y Jaramillo se conocían. Yo no había oído recitar a ninguno de los dos. A Kalamicoy el Ko-ko le había pasado factura antes de llegar. Hizo una breve cronología del complicado viaje en cole que lo había dejado en Roca. Y deliciosamente borracho se largó a leer dos poemas del libro del revuelo. Leídos, me gustaron todavía más. Kalamicoy siempre quedó en medio de la burda polémica que generaron lectores ultraconservadores de sus textos, y esto ha dejado en un segundo plano todo lo buena que es su poesía. En un momento, cuando terminó de leer, dijo: bueno, ahí está; lo dijo con una boca chiquita, y como si nos hubiera leído un par de cuentos para ir a dormir, unos cuentos para ir a dormir del que te desea dulces pesadillas, para acostumbrarte ya desde la luna a lo que te va a esperar cuando te levantes, y se fue a sentar, dejando detrás suyo como miguitas de impavidez. En determinado momento se esfumó. Y nadie volvió a verlo en toda la noche.

Después fue el turno de Jara. Leyó buena parte de Grunge. (Lo cierto es que antes de su lectura, Federico Aríngoli leyó algo sobre este libro, que debe ser lo mejor que alguien dijo sobre el poemario; lo desmenuzó, lo dio vueltas, y lo definió como todos quisiéramos haberlo hecho -antes que él-.)

Constaté que Jaramillo tiene otra voz y es la voz de cuando lee su poesía. Esa poesía tiene vida y esa vida (también) tiene la forma de la voz con que leyó sus textos. Me cuesta hablar de su poesía como cuesta decir algo de la poesía cuando es buena y es de un amigo. Se tiene temor de arruinarlo todo. Los versos hablan por sí solos. Remitirse, rápido, al libro.

Poco después, fue el turno de Delirio Suburbano. Una banda super rockera que fue quizá la sorpresa más grande de la noche. (Todo lo bueno anterior se podía esperar.) Sé una cosa y es que hay que ir a verla. Roca es una ciudad con mucha tradición blusera. Y Delirio le hace honor a eso. Hay que verlos en vivo, hay que ver ese cover que hacen de Heroina, de Sumo, que yo hubiese querido que durara un poco más. En lugar de los seis o siete minutos que demandó, unos quince, o veinte, una mínima batallita en que la magia siguiera torciéndole el brazo al tiempo, un rato más.

(F.C.)

sábado, 11 de abril de 2009

Leyendo a Casas



Otra vez Fabián Casas. Acabo de terminar dos libros de su autoría. O uno solo. Todavía no lo tengo muy claro. Escribo esto sin referencias anteriores de dos textos publicados en un solo volumen por Santiago Arcos Editor (mi edición es de 2008; desconozco si hay una anterior) bajo el nombre: Ocio seguido de Veteranos del pánico. Podrían formar parte de una novela, o ser dos cuentos largos. Da lo mismo. No es lo trascendente al hablar de Casas cuando escribe.

El libro me hizo reflexionar sobre un tópico ampliamente difundido en el periodismo cultural, y es: algunos escritores se la pasan escribiendo siempre el mismo libro. No es una referencia peyorativa. Sólo que algunos escritores vuelven una y otra vez a los mismos temas. Hay atmósferas a las que regresan y describen con infinitos disfraces en cuyas costuras a veces se deja ver más de lo mismo pero mejor contado, o con otra vuelta de tuerca.

Detrás de este (lisa y llanamente) engaño, en las mejores ocasiones hay destellos de buena literatura. Este libro de Fabián Casas cumple con eso.

Más de una vez Casas dijo que no usa la imaginación para escribir ficción. Que él no tiene imaginación para escribir. Si es cierto lo que cuenta en las entrevistas, y en sus textos más personales, algunos de los cuales están compilados en los Ensayos Bonsai, publicados el año pasado por Emecé, la verdad es que pareciera haber mucho de su biografía en sus ficciones.

Entiendo que algo así implicaría para algunos un atentado talibán a las huestes de la ficción. Sin embargo es suficiente leer cualquier libro de Casas, que además es periodista y poeta, y que es bastante sincero, cuando habla y cuando escribe, para verificar que lo que hace es darle unas pinceladas poéticas a personajes que tienen que ver mucho con él, su familia, y sus amigos. No hay nada más burdo y alejado de la verdad que pensar su literatura como variaciones, como mutaciones leves de una autobiografía acotada y presentada a cuenta gotas mediante todo lo que publicó en los últimos diez años. Porque la belleza no tiene nada que ver con los datos biográficos. Y cuesta bastante encontrarla en la realidad (no digo que no exista: digo que, sin predisposición para hallarla, cuesta toparse con un estiletazo de luz).

En los libros de Casas hay atmósferas, escenarios y personajes que se vienen repitiendo. A grandes rasgos, no habría mucha diferencia entre Los Lemmings y otros, un libro que está entre los mejores de cuentos publicados en los últimos quince años, y Ocio..., donde vuelve a las historias de barrio, a su familia densamente disfuncional, una familia en la que se habla poco y donde todos comen, adrede, en horarios diferentes, reservándose para sí mismos, para la intimidad de sus cuartos, la versión del resto que duela menos.

Porque Casas vuelve a la omnipresencia de su madre muerta, a su padre salidor por las noches, y su hermano con el que apenas habla. Vuelve a su facultad de Filosofía, y su escape a Brasil. A las historias de droga, y de dealers rockeros que toman cocaína en bares como milongas; a los libros y a las poesías escritas en servilletas. Regresa a lo mismo, pero más vuelto sobre sí, con esa prosa que debe ser difícil de conseguir, sencilla en su forma pero profunda en su búsqueda (y en el hallazgo) de nuevos sentidos ahí donde todo parece ser patrimonio de la más estricta normalidad.

Carver, más Carver

La editorial Anagrama va a publicar cuentos de Raymond Carver tal como eran antes de la drástica poda a que los sometió su editor, Gordon Lish. El caso es que con esos tijeretazos (se dice que sacó tan sólo de una colección de relatos cerca de cinco mil palabras) fundó toda una literatura. Como sea, y más allá de los debates sobre cuál de los dos fue el genio, me parece que lo mejor es seguir leyendo a Carver, tal como era, uno de los mejores cuentistas del siglo XX, y después también leer los originales, que algo van a dejar seguro. Lo que terminó tan bien no pudo comenzar del todo mal.


Ñ, de Clarín, publicó un ejemplo para explicar el tenor de la poda:

La versión oficial 

L. D. se puso la bolsa bajo el brazo y cogió la maleta. 
- Sólo quiero decir una cosa más - empezó. 
Pero le resultó imposible imaginar cuál podía ser aquella cosa. 


La versión original 

L. D. se acomodó otra vez la bolsa de afeitar bajo el brazo y volvió a coger la maleta. 
- Sólo quiero decir una cosa más, Maxine. Escúchame. Recuerda esto: te quiero. Te quiero pase lo que pase. También te quiero a ti, Bea. Os quiero a las dos. Permaneció quieto junto a la puerta y sintió que sus labios empezaban a temblar al intuir que quizá era la última vez que las veía. 

- Adiós - dijo. 

- ¿A esto llamas amor, L. D.? - dijo Maxine. Soltó la mano de Bea. Alzó el puño. Sacudió con fastidio la cabeza y hundió las manos en los bolsillos del abrigo. Le miró fijamente y después deslizó su mirada hasta algún punto en el suelo, junto a los zapatos de él. 
Sintió un escalofrío al darse cuenta de que a partir de ahora la iba a recordar siempre así, como en esta noche. Era horrible pensar que el resto de su vida ella sería para él aquella mujer indescifrable, una figura muda con un largo abrigo, de pie en medio de una habitación iluminada, con los ojos bajos. 

- ¡Maxine! - gritó-.¡Maxine! 

- ¿A esto llamas amor, L. D.? - dijo ella, clavando sus ojos en los de él. Sus ojos eran terribles y profundos, y él mantuvo su mirada todo el tiempo que pudo. 



La reseña de todo el asunto.

Una muestra del talento de Carver (editado), acá.

Y, por último, cómo el teatro independiente lo tiene entre sus predilectos.

lunes, 23 de marzo de 2009

Los topos, de Félix Bruzzone


1. Además de ser una muy buena novela (elijo romper todo el suspenso de entrada para hablar de este libro), quizá lo mejor que escribió un "joven narrador" argentino en 2008, Los topos, de Félix Bruzzone, fija nuevas condiciones para la perspectiva que en adelante cualquier escritor podrá asumir cuando toque un tema crucial de nuestra historia: el del golpe militar de 1976 y el del terrorismo de estado. Es una novela que a un lector desprevenido, a uno totalmente inocente, uno de esos lectores a los que los libros sólo le gustan o no, lo entretienen o no, puede llegar a atraparlo. Pero no es esto lo vital con lo que cumple; lo verdaderamente trascendente que la novela hace es sacar el tema de los desaparecidos de la órbita de algo que, sencillamente, podría definirse como la necesidad de denuncia. Algo que estuvo y fue necesario, pero que, además, habla del impacto de esos años, los setentas, en el campo intelectual y artístico. Y tal vez la palabra que mejor pueda definir la imposibilidad de abordar este tema de otras formas sea miedo. En todas las formas que el miedo puede tomar cuando alguien se sienta a escribir.


2. Hablar de un libro diferente –Los topos es uno– en este caso implica una mención a 33 años donde, por algún motivo, nadie pudo salirse, al hablar de la última dictadura, de la condena propia de las posturas políticamente correctas. Acaso esto y unas condiciones políticas todavía no dadas hayan impedido la generación de nuevos sentidos, y la especulación con lo que pudiera haber al final de otras miradas sobre los años de la represión militar. (Antes que Los topos, parece haber sido el cine el que se abrió a estas nuevas perspectivas. Los rubios, una película de Albertina Carri, hija de desaparecidos igual que Bruzzone, es una prueba de eso.) Hablar de Los topos también invita a ver un videoclip mucho más dislocado que cuerdo de los 33 años que pasaron para que este libro pudiera ser escrito. En este sentido, es un texto que sin mencionarlos, incluye dentro de la estructura que lo hizo posible a cada uno de sus acontecimientos políticos y el impacto que tuvieron en el imaginario popular y su mirada sobre los desaparecidos.

3. ¿De qué se trata Los topos? Es la historia de un hijo de desaparecidos. Lo dicho: Bruzzone mismo es uno. Por eso es fácil equivocarse y pensar que es un relato autobiográfico. Bruzzone escribe la historia de un hijo de desaparecidos que parce no creer tanto en la militancia a la que se entregan muchos otros en su situación, por ejemplo, siendo parte de HIJOS. De hecho, el protagonista del libro se ríe de una novia suya que, sin tener familiares desaparecidos, milita y le dice a él que la siga. Lo que Bruzzone sí parece desestimar es el marketing que subyace a esa pertenencia, un marketing del dolor cuando es ajeno. Los padres del protagonista del libro desaparecieron en la ESMA. Ahora (el presente del libro) se dedica a la repostería para sobrevivir con su abuela, que está convencida de que un día encontrará a su otro nietito, un hermano del héroe del libro que puede existir o no. El narrador se enamora de una travesti, que acaso también pudiera ser ese hermano suyo que tantas veces refirió su abuela. Esto configura una de las salidas más interesantes de la novela: la irrupción de gente que cree y disfruta de su sexualidad sin preconceptos, pero una sexualidad que implica, en parte, la irrupción de una nueva identidad. Esta ambigüedad está presente en la novela junto con otra, nunca expresada explícitamente: nadie sabe quién es hasta saber de dónde viene. Y ser el hijo de un desaparecido, tal vez tenga algo de eso.

4. Y lo mencionado: la novela y la literatura, como una instancia modificadora de la idea del dolor como testimonio único y más preciso de lo sucedido después del golpe y en los años siguientes. Algo a lo que Bruzzone alude con una mirada bien desde adentro, con la libertad y soltura del que habla con conocimiento de causa. Esta mirada, trágica y cómica a la vez, puede entenderse como una forma de crítica. Como si de este modo quisiera decir que un hijo de desparecidos, también, es alguien como cualquiera de todos nosotros. Y no un monumento que trata de sacarse los velos de tristeza que debieran vérsele al caminar por la calle. Y eso es lo que Bruzzone cuenta con una prosa clarísima, con un amplio registro de cómo hablan los tipos de la calle, en Buenos Aires o la Patagonia (donde el libro transcurre sobre el final) y con la poesía como herramienta para encontrar luz, en la ficción y acaso también en la realidad.

viernes, 20 de marzo de 2009

La novela luminosa



La Novela Luminosa puede parecer un libro excesivo. Me refiero al tipo de apuesta que materializa y no a la extensión del texto, pese a sus 567 páginas (la edición de Mondadori; la de Alfaguara, la otra disponible, más cara, no sé cuántas tiene).

La historia es a grandes rasgos la siguiente: Mario Levrero (y esto es verdad) se postuló para la beca Guggenheim y finalmente se la otorgaron. En su novela, en el prólogo, cuenta que un par de amigos que creen en su talento para escribir lo obligaron a hacerlo. Cumplieron con el tramiterío burocrático al que Levrero le esquivó tanto y hacen todo por él, que sólo tendrá que ponerse a escribir luego de acceder a la beca. Así podrá terminar una novela inconclusa que atesora desde hace 15 años. Esto debiera ser suficiente para ocuparse a tiempo completo en la finalizacion del libro.

Si uno debiera equivocarse y resumir en muy pocas palabras a La Novela Luminosa, creo que estaría bien decir que es el resultado de contar con minuciosidad un método, o mejor dicho, la sombra o el esqueleto de un método. Y ese método consistiría en deslizar oblicuamente (sin romper el hechizo, sin mostrar todas las cartas, pero dejando en claro que quizá Levrero las tenía todas en su poder) cómo hacer literatura de la nada. (No es casual que de Levrero también se diga que es un escritor de escritores).

La historia (caracterizada por la ausencia de una trama totalmente explícita), en este caso, es lo de menos. Y promediando el libro uno se da cuenta de que quedó un libro denso, pero por su proximidad a la verdad. ¿Hace falta decir que no hablo de la verdad como no ficción sino como lo que es bello y está siendo revelado?

Es un libro dividido en dos grandes tramos. El primero, titulado Diario de la Beca, en el que un narrador, el propio Levrero, traza un inventario de las fobias y obstáculos que él mismo se impone para postergar el momento de escritura del libro. Así, describe su lucha contra el insomnio, sus intentos que rayan la patología para contrarrestarlo, su afición desemsurada a la programación en Visual Basic (lenguaje con el que, por ejemplo, hace programas que le indican con un bip cuándo tomar uno de los varios medicamentos que consume), describe la enorme cantidad de novelas policiales que compra en las mesas de saldo de Montevideo (donde murió el 30 de agosto de 2004, a los 64 años), acompañado por mujeres siempre más jóvenes que él que lo sacan a pasear.

En todo este tramo, posterga hasta el delirio el momento de la escritura del libro que dejó inconcluso (el que sirvió de pretexto para recibir la beca), y esa postergación lo lleva a escribir centenares de páginas del diario… (Esa novela-precuela que de a poco le va quedando.)

Levrero hunde la cabeza en lo que debe haber sido su realidad diaria, y el botín que se lleva a superficie es, en su caso, lo mucho de literario que tiene la vida de un hombre triste y solo de 70 años, al que las mujeres se acercan como a un tótem rabioso (un tótem que parece quererlas a todas pero que se sabe observado como un maestro venerable más que como un seductor), y que también se sabe con unos cuantos días grises por delante.

La segunda parte, La Novela Luminosa, funciona como contrapartida, o como complemento del diario que se llevó la mayor parte del libro. Escrito en ese registro que corre los límites de la realidad hacia los de la ficción (o viceversa), Levrero hace literatura con algo que para cualquiera sería toparse de frente con un muro oscurísimo e infranqueable. Para él, un obstáculo así es suficiente para hacer literatura, y dejar una serie de parrafadas tan geniales como desconcertantes.

(F.C.)




miércoles, 11 de marzo de 2009

La vida nueva, de César Aira

La vida nueva (Mansalva; 2008) es el último libro de César Aira, autor a cuya obra uno acude con la actitud del que va hacia una entrega. Una de esas delaciones con botín atrayente, camino riesgoso y final de todo o nada.

Aira escribe con un desparpajo que descoloca. Es dueño de una prosa por momentos elegante, por momentos exquisita, y por momentos chabacana (pero adrede, porque lo chabacano puede sumar dentro de una historia). Así le salen libros que pueden ser obras maestras y otros que podrían ser una cargada. No en pocos casos en una novela o cuento de su autoría confluyen las dos posibilidades.

Por eso su obra requiere del lector una dosis adicional de voluntad. Aira y sus lectores son todo un tema. El universo de éstos puede dividirse en dos: los que lo adoran y lo señalan como un genio, o como el escritor argentino vivo más importante o trascendente o digno de representarnos allí, en esos pasillos, oficinas y claustros donde se cocina y pasteuriza el gusto de lo que hay que leer, y están los otros lectores suyos, los que sostienen que escribió un puñado de libros buenos, y luego no dejó de copiarse a sí mismo por el resto de su obra. (Esto último lo dicen como si copiarse a sí mismo fuera tan fácil y como si escribir un puñado de buenas obras no implicara mayor dificultad.)

Creo que entre ambos extremos hay un punto medio integrado por verdades de ambos bandos. Pero al margen de este debate, lo cierto es que uno no puede más que asombrase por lo prolífico que es Aira, que dice escribir todas las mañanas, creo que en papel, a veces en un café de su adorado barrio de Flores, y que publica a razón de tres o cuatro novelas por año, desde hace veinte.

Uno puede hacerse adicto a las "novelitas" de Aira, del mismo modo en que uno se hace adicto a algo que, llegado el caso, puede hacerle mal. 

Es decir uno ve en sus novelas situaciones, diálogos, escenas que rayan con lo bizarro, o que directamente lo son, y que quizá estén de más, y posiblemente aparezcan como elecciones desacertadas, finales alevosa y arteramente abruptos, resoluciones de tramas porque sí. Sin embargo en cada una de esas opciones que Aira toma asoma la búsqueda y la necesidad de decir algo nuevo. A veces incluso como imposibilidad: lo que está diciendo como la crónica de lo que en realidad intentó decir y no pudo. (La imposibilidad de enunciación como epifanía.) No una historia nunca contada, jamás mencionada, sino un ímpetu abriéndose camino, un bosquejo de nuevo significado que utiliza las palabras de todos los días para traer al mundo algo bien diferente.

Esa repetición, ese ambiente-loop en que a veces devienen largos pasajes de sus libros, que no en pocas oportunidades recuerdan a un disco rayado (a propósito, par ser oído una y otra vez: en el detalle de esa absurda reiteración hay claves ocultas para ser interpretadas), recuerdan a una de esas cifras que desde una lejana dimensión nos están queriendo hacer llegar en nuestros sueños más descarriados; una cifra-historia, además, contada con una prosa que no encuentra muchas dificultades para, cuando así lo quiere, esculpir belleza en la nimiedad.

La vida nueva cuenta la historia de un escritor inédito que vive postergado en la promesa de un editor con quien firma contrato para publicar su primera obra. Uno de esos jóvenes estrella, del que todos dicen que abrirá un nuevo rumbo. La edición se posterga hasta el delirio. Pasan años sin que la obra, de cuya trama nada se sabe, llegue a las librerías. El novel escritor tampoco hace mucho para cambiar esa realidad. Por capricho, por desidia, permite que el editor, que se deshace en promesas, que siempre está a punto de sacar el libro a la calle, lo convierta, al fin y al cabo, en un no escritor, en una promesa que se mira al espejo desvanecer con tortuosa lentitud. Creo que el libro, una novelita de las que Aira escribe en tres meses, es como uno de esos chicles a los que uno estira y estira y no se corta nunca. Una lección de cómo se estira una historia, una ostentación estilo Aira.

martes, 20 de enero de 2009

Mi amigo Kafka


Entre otros motivos, Max Brod pasó a la historia por traicionar a Franz Kafka. Y la historia de esa traición es la siguiente: en su lecho de muerte, con la voz resquebrajada por la tuberculosis, Kafka le dice a Brod: “Quema todos los papeles, Max”. Corría 1924 y el lugar era una pálida habitación de hospital, en Viena. No está muy en claro el grado de compromiso que asumió el amigo incondicional en su respuesta, pero sí lo que sucedió después.
Brod hizo todo lo contrario, no sin antes darse un atracón con los textos de K. que él todavía no había leído. El movimiento lo hizo caer en el mismo análisis recurrente. Confirmó una vez más que la luz y genialidad de Kafka eran tan fáciles de comprobar presenciado su pasmoso silencio como leyendo cualquiera de sus textos.

Con este antecedente entre cejas, Kafka (Emecé; 2003), el libro que Brod publicó en 1937, también puede leerse como la historia de las razones que sustentaron la traición, acaso uno de los tres o cuatro motivos por los que la literatura del siglo XX terminó siendo lo que fue. El libro de Brod se nutre de sus diarios y los del autor de La metamorfosis, de cartas y notas escritas junto a las velas de la noche de Praga, con la impronta del amor y la admiración que le profesó en vida a Kafka y aún después, una actitud que también le fue correspondida.

Hay una serie de revelaciones en su biografía, por momentos también un profundo y lúcido ensayo. Pero tal vez ninguna tan cautivante como la del pasaje que describe el tránsito de Kafka de simple ser hipersensible, detallista y atribulado, a sujeto que a regañadientes desprende primero los velos de su magnitud espiritual y después los de parte de su obra.
Enriquecida con tres apéndices, uno de dibujos, una crónica (“Los aeroplanos en Brescia”) y otros dos testimonios de amigos del creador de El castillo, la biografía, también un decálogo de frases y un álbum de postales fáciles de imaginar, alcanza por momentos el tono declarativo del miembro fundacional de un club de fans.
Brod, que se convirtió en autor editado antes que Kafka, parece asumir mucho más enaltecido que humillado el rol histórico que le tocó cumplir.

Y es fácil pensarlo sumido en la urgencia de narrar al mundo lo que vio, escuchó y festejó, incrédulo primero y feliz e igualmente incrédulo después. Esa es la dulce sensación que subyace a casi toda su biografía.
Pero es inteligente y entonces guarda algo de lugar para la controversia. Por ejemplo, sienta posición y suelto de cuerpo se anima a cuestionar la visión de Kafka sobre su padre, un conflicto al parecer más conocido que muchos de sus textos.
Después, lo de siempre. La intuición de su amigo para preconcebir el rumbo que tomaría la historia, pero antes que nadie y dentro de sus relatos y novelas; su familia y sus relaciones amorosas vistas como un esperpento en mutación constante, despertándole simpatía o terror según su humor del día; pero antes que todo lo anterior, su capacidad para bucear y emerger con un principio de sonrisa y contar cómo es el abismo, cualquier abismo.

Es decir, cómo Kafka le encuentra el abismo a cualquier cosa. Esto es lo que cuenta, más bien, Brod, en su libro.

Y por eso su exaltación.

viernes, 9 de enero de 2009

Todo sobre vos

El suplemento Radar de Página/12 cuenta la historia de Facebook y la de la pátina de democracia con la que ahora tratan de salvaguardar todo el asunto, convocando de urgencia a una reforma global que modifique las actuales condiciones en que los datos de 170 millones de personas son almacenados.
                                                                                                                                                                                          
www1.rionegro.com.ar/blog/rutaleon