lunes, 11 de mayo de 2009

El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad

Cuenta Mario Vargas Llosa que Leopoldo II perpetró en el Congo una de las masacres más sanguinarias en la historia de la humanidad con la finalidad de llevar la mayor cantidad de marfil posible para el reino de Bélgica (1885-1906). Una de esas masacres que ponen en cuestión la palabra civilización, o cualquier otra que trate de definir el ambiguo orden estatuido donde los hombres suelen vincularse las más de las veces de forma escabrosa, si es que en medio están la religión o el dinero. Vargas Llosa lo dice en el prólogo de una edición de bolsillo que tengo de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, y no es lo único que dice. Citando un libro (King Lepold's Ghost), un "notable documento sobre la crueldad y la codicia", señala que acaso el monarca belga debiera figurar, junto a Hitler y Stalin, entre los genocidas más sanguinarios del siglo XX, ya que serían unos cinco millones de personas las exterminadas durante el saqueo ocurrido durante su reinado.

Tuve la suerte de leer el libro de Conrad con el insustituible prólogo de Vargas Llosa, que posibilita un contexto histórico que permite apreciar mejor la magnitud de la novela.

En El corazón de las tinieblas, Conrad, que en ningún momento menciona a Leopoldo II (parece que en la edición original sí y fue editada), y no recuerdo que tampoco escriba la palabra matanza, o masacre, o alguna que lleve a pensar en muertes a gran escala, cuenta lo que vio en el Congo, donde permaneció seis meses trabajando para los tentáculos de una de las compañías que servían al monarca belga.

Le encomendaron la misión de adentrarse en la espesa selva para traer de regreso a territorios menos hostiles a otro agente de la compañía.

Y hay un ineludible parecido entre la trama del texto (a grandes rasgos: expedicionario se pierde con un barco en la selva para traer de regreso a un desquiciado recaudador de riqueza para la corona -Kurtz en la película que Francis Ford Coppola llevó el cine: Apocalypse Now) y ciertos aspectos biográficos del escritor y su estadía en África.

El libro, una novela relativamente corta, que puede leerse en una tarde de un solo tirón, es la crónica de una fuerza opresiva caracterizada por una ausencia estruendosa: el mal, sin nombre, que siempre está, y podría constituirse en la única explicación razonable para los ojos de alguien ante el horror: negros tratados en condiciones infrahumanas y blancos degradándose hasta el paroxismo.

Pero lo no develado explícitamente, el poder real que opera por ausencia, también es una atmósfera. Es decir, la tiniebla, la falta de luz, la presencia de la bruma, el verde azulado y negruzco de la vegetación, y la humedad no disminuidas sólo a piezas de una geografía y un clima, sino más bien presentadas como componentes insustituibles de una opresión fantasmagórica en sus efectos, y terrible por su ajenidad con el mundo fantástico (la otra explicación plausible para lo que no puede ser).

Hay, al margen de la locura, que es lo que también está en un primer plano de forma constante en el libro, una lectura política: la pregunta sobre qué es la barbarie (quién es el bárbaro). O dicho de otro modo: qué es la civilización y cuáles son los costos que permiten que se imponga.

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