domingo, 20 de septiembre de 2009

Las primas, de Aurora Venturini

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Existen libros que pueden considerarse obra de un escritor mayor, libros que deberían figurar en cualquier catálogo que incluya lo más importante que alguien haya escrito en determinados momentos de la historia de determinadas literaturas –aceptando que hay muchas literaturas y que una de sus posibles subdivisiones es el origen geográfico de esas determinadas literaturas, una definición a todas luces arbitraria y a la que no suelen adherir los escritores–, libros que pese a su impacto, y a la anónima pero contundente impronta que dejan en un puñado de lectores, sin embargo quedan perdidos en los anaqueles de las librerías, o en los depósitos de las editoriales que los dieron a conocer.Esta variante de la injusticia suele dejar sin aliento a los pocos lectores que logran atraer ciertas obras en su primera edición. Los deja, también, repletos de preguntas sobre la forma de circulación de un libro y sobre los tiempos que requiere un texto para lograr, finalmente, trascender a un público más amplio.Es el caso de Aurora Venturini y su libro Las primas, de quien puede decirse que si no sucede algo muy estrafalario, quizá algún día, algún historiador del arte, o de las letras, uno de esos escudriñadores de saldos en busca del arca perdida en la calle Corrientes, recupere el legado de esta octogenaria, una de las escritoras más modernas de argentina.La historia detrás del libro es tan interesante como el libro mismo. Fue publicado en 2007 luego de obtener el premio Nueva Novela, en el concurso convocado por el diario Página/12, que hasta donde yo sé, luego de esa primera edición no volvió a convocarse.Se dice que más de un integrante del jurado se sintió en una encrucijada. ¿Era posible que un escritor desconocido pudiera escribir así? Parte del jurado, entre ellos Sandra Russo, Rodrigo Fresán y Alan Pauls, en medio de las dudas, apuntó su mirada al indefinible César Aira. Así, el autor de Embalse, entre otros títulos de una vastísima e imprescindible obra, se habría presentado a concursar por el mero afán de poner a prueba el veredicto, y en el camino dejar una de sus gemas para ver qué decían. Pero no fue eso lo que pasó. Finalmente la novela fue elegida como la mejor entre aproximadamente 650 originales.La novela es, en el fondo, la presentación de un método: cómo se inventa un lenguaje. En este caso, el de Yuna, una adolescente con un leve retraso mental que pinta cuadros dignos de un talento que en principio ella no podría tener. Yuna es una rara entre raras: su maldecida estirpe (ella, sus primas y su hermana) es la prueba de algún oscuro designio genético: todas presentan algún tipo de malformación, locura o grado de idiotez.Lo primero que es mágico en el libro es que Yuna escribe y es creíble cuando lo hace. Y lo que cuenta lo cuenta desde una mirada no convencional, como no convencional sólo puede ser la mirada extraña de alguien que se sabe casi un engendro (ella tiene esa conciencia sobre sí y no emite juicios morales al respecto). Lo otro que también es mágico es que pareciera haber un secreto en la forma con la que el lenguaje de Yuna atrapa el mundo con una mirada entre cándida y desesperanzada, que deja ver rastros de una puja interna desprendida de los prejuicios sociales (vividos más como curiosidad antropológica que como padecimiento) y de las miserias y cómo afectan a los corazones sensibles –el de Yuna es uno–, en medio de una profunda reflexión sobre el lenguaje.Contar la historia que cuenta este libro, como en algunos grandes libros, es no decir nada. Sólo alcanza con decir que es algo así como una breve autobiografía novelada, donde confluyen ciertos tópicos barriales que remiten a la mitad del siglo pasado, y donde también se da cuenta de cierta percepción, propia de las clases medias, sobre el arte como forma de ascenso social.La historia de Venturini también es riquísima. Antes de recibir el premio por Las Primas, ya tenía una extensa obra que se perdió en el ostracismo de ediciones chicas. En 1948 Jorge Luis Borges le había entregado el Premio Iniciación por su libro El solitario.Se codeó en Francia, a donde se fue exiliada luego de la Revolución Libertadora (que de revolucionario y libertador no tenía nada), con Jean-Paul Sartre, Simon de Beauvoir y Albert Camus. Escribió sobre Lautremont y Rimbaud. Finalmente, a los 85 años, escribió Las primas, en La Plata, libro por el que debería ser recordada, con más justicia, como parte de lo más importante creado por un escritor argentino en el primer tramo del siglo XXI.
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