Claire Keegan es irlandesa. Nació en 1968 y a los 16 años se instaló en Nueva Orleans. En 1992 volvió a su país. Es decir, Keegan es parte de una literatura con una enorme tradición como la irlandesa, con escritores como James Joyce, Oscar Wilde, y Samuel Beckett. En algún punto, todos ellos están en su cuentos. Pero también parte de la gran tradición del relato estadounidense.
Su literatura es una literatura de la crisis. Keegan aborda el tipo de tragedias personales -exentas de épica, o al menos exentas de una épica de la espectacularidad- que pueden sucederle a cualquiera una vez por día. En el trabajo, en las relaciones familiares, en la visita al médico o en una cita a ciegas.
Sus cuentos están cruzados por la amenaza. Todo el tiempo hay algo que pasó, que no se sabe, o que está por suceder, y todo el tiempo lo que pasó o sucederá no es del todo bueno. O adquiere algunas de las peores formas que podría encontrar. Quiero decir: el mal, en la literatura de Keegan, es parte de la normalidad. El mal como lo que acecha el día de alguien para que no sea perfecto. Esto, tomado como un abismo que tiende a profundizarse con el avance de las páginas en cada cuento.
Keegan tiene algunas deudas literarias. Sobre todo, le debe a Anton Chéjov. ¿Qué es vivir a finales del siglo XX?, parecen preguntar y responder sus cuentos. Pero qué es vivir en un sentido amplio, no una mera descripción costumbrista. La pregunta que hacen sus textos quizás sea qué se siente vivir ahora. Con las miserias y la poesía propias de este tiempo.
También tiene, Keegan, una gran influencia de Raymond Carver. En la frase cortante, en los finales llenos de preguntas. La precisión de los cuentos de Claire Keegan se completa en el lector, que asiste a un puñado de epifanías y a la irrupción de otros órdenes posibles provenientes de la más llana resignación: ahí están sus personajes abofeteados por derrotas superficialmente mínimas, pero que tomadas en sus matices no dejan de expandirse.
Hay algo de teatralidad en los diálogos de Keegan, el menos en los cuentos de su gran libro Antártida, publicado por Eterna Cadencia (2009). No una teatralidad forzada. Sino más bien una teatralidad vinculada al planteo de la escena y el drama.
Las mujeres que narran las historias de Antártida son madres que perdieron a sus hijos, algunas viven en el campo, otras son sometidas a una violación, o recuerdan crisis (otra vez) familiares desde la perspectiva de una niña; otras quedan solteras y mascando odio luego de dedicar su vida a cuidar a sus padres.
Keegan dice que un cuento tiene varias capas. Y que hay que salir a buscarlo. Que el trabajo del escritor es tallar, en algún punto, una piedra. Que el desafío es encontrar esa historia que aparece como un fogonazo en un primer momento, y que luego se niega a encontrar su forma más perfecta. Dice que sus cuentos tienen varias capas, la externa, por donde pasa lo más visible de la historia, y por debajo otras corrientes emotivas, que si todo sale bien, estallan de sentido al final de una historia, como en la mayoría de sus relatos, aunque esto último no lo diga.*
(Un bonus track: el cuento Quemaduras, parte de Antártida, posteado en el blog de la librería Eterna Cadencia.)
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