jueves, 18 de marzo de 2010

Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued

Lo normal sería que luego de un debut literario tan auspicioso, en los próximos diez años Carlos Busqued escribiera dos o tres novelas que estén a la altura de su gran primer libro: Bajo este sol tremendo, y que con eso comenzara a erigirse en una de las voces más representativas de la literatura argentina.

Pero Busqued no parece ser un escritor del todo normal. En los últimos meses le hicieron varias entrevistas, luego de que la crítica coincidiera en que su novela, editada por Anagrama (fue finalista del Premio Herralde), es una de las mejores publicadas en 2009, con todo lo relativo que restula el término “mejor” aplicado a la literatura. En esas declaraciones no tuvo empacho en decir que no sabía qué libro recomendar porque se la pasa leyendo revistas, y que escribe más bien cuando tiene ganas de hacerlo, despojado de toda disciplina.

Busqued nació en Coronel Roque Sáenz Peña, Chaco, en 1970. Trabajó en radios y escribió en alguna que otra publicación de Córdoba, lugar donde vivía cuando mandó a concursar su novela. Antes de Bajo este sol tremendo, era un completo desconocido.

El libro cuenta la historia de Cetarti, un joven al que no cuesta imaginar parecido a Busqued; un día Cetarti se entera de la muerte de su madre, que vive en Misiones; la mujer muere en circunstancias poco claras, todas con el signo de la violencia. Él tiene que hacer los papeles y cobrar una herencia. De este disparador inicial, la historia comienza a transitar los ribetes de una road movie con algunos guiños al cine que hace Quentin Tarantino: aparecen los pueblos difuminados en densas oleadas de humedad -es un libro para leer, en este sentido, con el aire acondicionado, o el ventilador a tope; Busqued logra lo que se propone antes de escribir: una atmósfera asfixiante impregna cada página-, una infinita cantidad de porros que fuma buena parte de los personajes, los secuestros extorsivos (los estiletazos de perversidad con que son llevados a la práctica esos cautiverios; la normalidad con que esa puesta en práctica se da), y sutilmente, los ecos de la última dictadura militar, no como tema central, sino como historia lateral deslizada con total originalidad en algún tramo: esto es, significando mucho más que una reseña histórica; una arista disparadora de sentidos que suma a la trama.

Busqued, es evidente, leyó a los beatniks, y el policial negro norteamericano. Lo que equivale a decir que Busqued parece ser más heredero, si tal cosa fuera posible, de lo más corrosivo de la literatura de Estados Unidos, que de alguno de los arquetipos del amplio canon argentino (en todo caso, la inquietante forma que toma la violencia en Busqued tiene que ver más con Arlt que con Borges o Cortázar, por mencionar tres faros-escritores que sirvan de guía).

En el libro, los diálogos están más que logrados. Y consiguen un interesante efecto: la conjunción de algo parecido a una épica del Hollywood más violento y sado con un lenguaje netamente local, con más de un término que remite a palabras y tonos que se usan en el interior del país. Se trata de una prosa precisa, con oraciones cortas, que van directo al grano, uno de los atributos principales del libro, al margen de cómo está estructurada cada una de las escenas (con capítulos de dos a tres páginas), que parecen señalar al Discovery Channel (Cetarti se la pasa viéndolo -Busqued admite que también-) como variante analgésica para la cuenta regresiva al latido final del universo.
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