martes, 7 de octubre de 2008

No ver



José Saramago me parece un gran escritor. Pero no lo sigo con pasión enfermiza como me ocurre en otros casos. Leí algunos libros suyos. Se sabe, recibió el Nobel (1998), dice cosas interesantes. Quizá como pocos escritores se atreve a hablar del mundo. Del orden político imperante. De los grandes temas que siempre se postergan. Los derechos humanos, el medioambiente, la pobreza a escala global. Esa conciencia muestra Saramago en sus entrevistas, que suelen estar ambientadas en su casa, en una isla oscura y volcánica donde vive y escribe. Todavía sabiendo la calidad de escritor que Saramago es, puesto a elegir me inclino por otro tipo de autores. Tengo claro que Saramago es un escritor en la plenitud de sus facultades. Un prodigio de narrador contando como quiere la historia que quiere. Con eso me alcanza.

Hay un libro suyo que en especial me parece de lo mejor que escribió. Ese libro es Ensayo sobre la ceguera. Una crítica o una alegoría de la condición humana de nuestros días. Cómo el mundo se saca los ojos a sí mismo por lo que sea, si se encuentra en aprietos, si se trata de subsistir.

Me entero de algo: esa novela ya se estrenó en los cines. El director es Fernando Meirelles, un brasileño que hizo buenas películas, y se animó a llevar el libro a la pantalla grande.

Lo cierto es que a partir de la adaptación de su novela al cine, Saramago viene recibiendo una serie de críticas. Sin ver la película (todavía), supe, leí, que una asociación de ciegos de EE.UU. cuestiona cómo se muestra a las personas que no ven en esa película. Digo "personas que no ven" porque, como ya saben los que leyeron el libro, los personajes no son ciegos, por decirlo de un modo un tanto burdo, 100%. Quiero decir: no nacieron ciegos o heredaron esa condición. Un día, por una plaga, por un virus, se van quedando, terrible e inexorablemente, sin ver, o viendo una tenue luz blanca, como la que veía Víctor Sueiro al final del túnel. Antes vieron. Un día dejan de hacerlo para tener sólo la percepción de ese blanco borroso. Saramago no se mete con quienes padecen algún tipo de discapacidad congénita o de cualquier otro tipo.

Este reclamo que ahora le hacen al portugués, que motivaría un boicot contra la película, me recuerda una vez más el escabroso tema de las críticas que se hacen a una obra de arte. Para ser más preciso: me recuerda el tipo de cuestionamientos relacionados a cómo piensa un artista dentro de una obra, algo que por contraste, es una directiva sobre lo que debió decir. Y también: un intento de erradicar una diferencia, más que un desacuerdo crítico y estético.

Creo que hay escritores y directores de cine que viven y se equivocan como cualquier persona. Acaso, de conocerlos personalmente, uno terminaría odiándolos. Y acaso también uno está en desacuerdo con lo que dicen. Esto por un lado. Por otro lado están sus obras, artefactos con vida propia y portadores de un pensamiento político, que la mayoría de las veces llega por añadidura. Detectarlo suele depender de las lecturas que soporte una obra y de sus lectores o espectadores.

Me parece, en definitiva, que no ver, también, es pedirle a la ficción las respuestas que retacea esa cosa ambigua y temblorosa que es la realidad. Esto, en última instancia, habla bien de la ficción objeto de esos dardos envenenados: una obra puede ser tan buena que hasta les sirve a otros para tratar de imponer una moral que le es totalmente ajena.
                                                                                                                                                          

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