miércoles, 8 de octubre de 2008

Naomi, los ceramistas y el fin del mundo



Hace poco los obreros de la Cerámica Zanon me contaron una historia. Pasó hace algunos años. Cinco, seis. Ellos se las rebuscaban para hacer funcionar la fábrica, cuando un día llegó a Neuquén una canadiense piola, curiosa, preguntona. No venía sola. Estaba con su esposo, que la acompañaba a todas partes. El caso es que los dos no paraban de hacer preguntas y mostrarse interesados por lo que los ceramistas estaban haciendo. La canadiense se metía en la fábrica, iba a las marchas, los filmaba, los miraba tomar mate con curiosidad antropológica. Ellos la dejaban hacer con algo de descuido. Era inofensiva, y estaban más preocupados por evitar los sucesivos intentos de desalojo y obtener el respaldo de la justicia para manejar la fábrica.

Hacía varios días que la canadiense daba vueltas por las instalaciones del Parque Industrial cuando una periodista los llamó y les preguntó: “Che, ¿Naomi Klein está en la fábrica?”

Ellos, dubitativos, contestaron que efectivamente había una mujer cuyo nombre sonaba así y que hacía algunos días que los acompañaba a todos lados. Aceptaron que para ellos era una perfecta desconocida. Recién entonces supieron quién era, que tenía un libro (No Logo) que era de cabecera en buena parte del mundo para todo globalifóbico que se preciara de serlo, y que era hora de hacerle un buen asado, darle un poco más de bola, algo que, entre risas, ahora reconocen haber hecho tras la advertencia, no sin una buena dosis de cholulismo.

Klein, ahora que, según nos dicen, el mundo se cae a pedazos, se hizo preguntas interesantes en una nota publicada días atrás en La Nación.
                                                                                                                                         

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