martes, 14 de agosto de 2012

Chicos, de Sergio Bizzio

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Sergio Bizzio viene construyendo una de las obras más sólidas de la narrativa argentina. Tiene algunas novelas emblemáticas o a punto de serlo: Rabia (2005), Era el cielo (2007), Planet (1998), y El Divino Convertible (1990). (Hablo de estas tres novelas como quien asume un recorrido caprichoso, un abordaje absolutamente personal y un tanto aleatorio, que es la forma en que yo empecé a leer a Bizzio. Y el capricho y el azar pueden resultar, no siempre, en una adecuada guía de lectura.)
Lejos, mi preferida (otro capricho) es Rabia , un texto de su última etapa de escritor, una de sus novelas más clásicas por decirlo así. Clásica: un libro de estructura totalmente transparente, que no supone la asunción de mayores riesgos estéticos o formales, como suele ser una constante en la obra de Bizzio, que también es director de cine, músico, y fue guionista de televisión durante muchos años.
Rabia es una historia de amor –ya no tan clásica– en la que un albañil asesina al capataz de la obra donde trabaja para huir y esconderse en el altillo de la casa donde su novia trabaja como empleada cama adentro para nunca más salir de ese altillo: y el encierro -como verdad o metáfora- es un tópico que puede encontrarse en toda la obra de Bizzio.
Por fuera de sus novelas, Bizzio, que cuenta con una de las prosas más diáfanas de la literatura argentina, tiene un gran libro de relatos. No es tan conocido como los textos mencionados más arriba, se llama Chicos, lo publicó Interzona en 2006, y ahí está incluido un cuento más o menos célebre. Es decir, un texto que se hizo célebre como suele hacerse célebre mucha literatura: en el cine. El cuento se llama XXY, y es el germen de la película homónima dirigida por Lucía Puenzo.
Ese relato, en un tono trágico, inquietante, pero a la vez despojado, narra la historia de una persona intersexuada (hermafrodita). Ahora bien, con todo lo extraño que este tema podría ser para el contexto de la literatura argentina, lo cierto es que en Chicos, ese cuento, por su vínculo con la convención endeble que nos empeñamos en llamar realidad (Realidad se llama una disparatada novela de Bizzio), resulta, quizá, el más conservador de todos.
Porque por ejemplo, lejos de la tragedia, o ampliando los horizontes de la tragedia, dándole otra connotación, en los otros cuentos de Chicos hay indígenas que erigen un hotel cinco estrellas como un tótem al que adorar, extraterrestres de veinte centímetros que aparecen junto a un turista en una playa para pedirle que les oficie de casamentero, porque en la dimensión de la que provienen, necesitan de eso para cimentar su vínculo, hay novios cuyas erecciones –y no solo– se hacen ostensibles para los padres de su chica en una primera visita a la casa familiar, y hay, también, otras historias de amor y desencanto, que comienzan en un tono más serio, que parecerían ser las que Bizzio escribe para justificar la posibilidad de tomarse todas las licencias del mundo, en finales que rompen con todo lo anterior, con la más juiciosa normalidad, giros “brutales pero fluidos”, que descolocan, que provocan una risotada, la reflexión, una invitación a que las cosas, por fin, sean diferentes.

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