sábado, 25 de agosto de 2012

Literatura: instrucciones de uso


"Mi problema sería más bien llegar, no digo a la verdad (¿por qué la conocería yo mejor que cualquier otro y, por lo tanto, qué me daría derecho a tomar la palabra?), no digo tampoco a la validez (ése es un problema entre las palabras y yo), sino más bien a la sinceridad. No se trata de una cuestión moral, sino de una cuestión práctica. Por cierto, no es la única cuestión que me planteo, pero -me parece- es la única que, de una manera casi permanente, me resulta crucial. Pero, ¿cómo responder (sinceramente) cuando lo que justamente cuestiono es la sinceridad? ¿Cómo hacer, una vez más, para escapar de esos juegos de espejos en cuyo interior el “autorretrato” no va a ser otra cosa más que el enésimo reflejo de una conciencia muy mitigada, de un saber muy educado, de una escritura cuidadosamente dócil? Retrato del artista como mono sabio: ¿puedo decir “sinceramente” que soy un payaso? ¿Puedo alcanzar la sinceridad, a pesar de un arsenal retórico en el seno del cual la sucesión de signos de interrogación que jalona los ps que preceden es una figura (la duda) desde hace mucho catalogada? ¿Puedo realmente esperar salir de esto con algunas frases más o menos sutilmente equilibradas?"

Fragmento de "Nací", un texto autobiográfico de Georges Perec, autor de la genial La Vida: instrucciones de uso.

Y la Celebración de Perec, en Buenos Aires, la semana próxima.

jueves, 16 de agosto de 2012

Sadismo y Solvencia


"La solvencia española está en la pendiente que conduce a un rescate. Y tanto el rescate de la banca como el rescate de la deuda pública tendrán un ­coste social terrorífico. En su informe anual sobre España, el Fondo Monetario Internacional, por ejemplo, ya está reclamando que el Gobierno suba el IVA y que apruebe lo antes posible una nueva disminución del sueldo de los funcionarios para reducir el déficit. Además, en un documento de trabajo, los expertos del Fondo recomiendan a España que rebaje aún más el despido, reclaman el contrato único y que se evite la actualización automática de los sueldos."

Ignacio Ramonet, en la edición española de Le Monde diplomatique


martes, 14 de agosto de 2012

Chicos, de Sergio Bizzio

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Sergio Bizzio viene construyendo una de las obras más sólidas de la narrativa argentina. Tiene algunas novelas emblemáticas o a punto de serlo: Rabia (2005), Era el cielo (2007), Planet (1998), y El Divino Convertible (1990). (Hablo de estas tres novelas como quien asume un recorrido caprichoso, un abordaje absolutamente personal y un tanto aleatorio, que es la forma en que yo empecé a leer a Bizzio. Y el capricho y el azar pueden resultar, no siempre, en una adecuada guía de lectura.)
Lejos, mi preferida (otro capricho) es Rabia , un texto de su última etapa de escritor, una de sus novelas más clásicas por decirlo así. Clásica: un libro de estructura totalmente transparente, que no supone la asunción de mayores riesgos estéticos o formales, como suele ser una constante en la obra de Bizzio, que también es director de cine, músico, y fue guionista de televisión durante muchos años.
Rabia es una historia de amor –ya no tan clásica– en la que un albañil asesina al capataz de la obra donde trabaja para huir y esconderse en el altillo de la casa donde su novia trabaja como empleada cama adentro para nunca más salir de ese altillo: y el encierro -como verdad o metáfora- es un tópico que puede encontrarse en toda la obra de Bizzio.
Por fuera de sus novelas, Bizzio, que cuenta con una de las prosas más diáfanas de la literatura argentina, tiene un gran libro de relatos. No es tan conocido como los textos mencionados más arriba, se llama Chicos, lo publicó Interzona en 2006, y ahí está incluido un cuento más o menos célebre. Es decir, un texto que se hizo célebre como suele hacerse célebre mucha literatura: en el cine. El cuento se llama XXY, y es el germen de la película homónima dirigida por Lucía Puenzo.
Ese relato, en un tono trágico, inquietante, pero a la vez despojado, narra la historia de una persona intersexuada (hermafrodita). Ahora bien, con todo lo extraño que este tema podría ser para el contexto de la literatura argentina, lo cierto es que en Chicos, ese cuento, por su vínculo con la convención endeble que nos empeñamos en llamar realidad (Realidad se llama una disparatada novela de Bizzio), resulta, quizá, el más conservador de todos.
Porque por ejemplo, lejos de la tragedia, o ampliando los horizontes de la tragedia, dándole otra connotación, en los otros cuentos de Chicos hay indígenas que erigen un hotel cinco estrellas como un tótem al que adorar, extraterrestres de veinte centímetros que aparecen junto a un turista en una playa para pedirle que les oficie de casamentero, porque en la dimensión de la que provienen, necesitan de eso para cimentar su vínculo, hay novios cuyas erecciones –y no solo– se hacen ostensibles para los padres de su chica en una primera visita a la casa familiar, y hay, también, otras historias de amor y desencanto, que comienzan en un tono más serio, que parecerían ser las que Bizzio escribe para justificar la posibilidad de tomarse todas las licencias del mundo, en finales que rompen con todo lo anterior, con la más juiciosa normalidad, giros “brutales pero fluidos”, que descolocan, que provocan una risotada, la reflexión, una invitación a que las cosas, por fin, sean diferentes.

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