viernes, 12 de septiembre de 2008

Era el Cielo, de Sergio Bizzio

Sergio Bizzio (1956) es de esos escritores a los que se llega con desconfianza. La desconfianza que se tiene cuando la crítica, al hablar de un escritor, es masiva y uniformemente buena. Cuando muchos salen a decir de un libro que es excelente, que es de lo mejor que se publicó en el año, que pertenece al autor del momento, en fin, ese tipo de cosas. (A veces se dicen otras cosas: una vez, desconcertado, leí en la vidriera de una librería: Fulano de Tal: [i]el mejor escritor argentino[/i]. Una faja roja como las que ponen después de los accidentes de tránsito le daba la vuelta a un libro con esa inscripción en letras negras sobre rojo. El libro es de otro escritor argentino -interesante por cierto-, pero lo más importante al ver la faja roja con esa frase era la imposición que operaba la editorial que lo publicaba: la posibilidad de que, definitivamente, la obra de un escritor pudiera medirse como la carrera del ganador de los 100 metros en Beijing.)Esa desconfianza tuve al comprar mi primer libro de Bizzio, que además es director de cine, dramaturgo y pintor. Como cineasta optó por el valiente, tortuoso e inestable camino de contar lo que quiere. Es un tipo sufrido en cuanto a posibilidades de circulación, producto de elegir temas que escapan a la lógica plín-caja de las corporaciones que estrenan sus [i]tanques[/i] en salas suntuosas, allí donde reina el pochoclo y los padres llevan a llorar a sus bebés. Ese primer libro que leí de Bizzio, que se consigue en cualquier librería, es [i]Era el cielo[/i] (Interzona; 2007). Supe, cuando leí la solapa, que había visto una película suya: [i]Animalada[/i] (2000). Ahí cuenta la historia del amor entre un hombre y una oveja. Es también la historia de un adulterio. El hombre elige a la oveja en lugar de su mujer, una pintora cuyos cuadros plagian los tormentosos autorretratos de Frida Kahlo, a los que agrega su perfecto rostro de desconocida. La película es buenísima, y una de sus mejores escenas los muestra a los dos, el protagonista y la oveja, en un establo, a punto de hacer el amor, él imbuido en el paroxismo, y Fany, la oveja, mirándolo trémula y perdida a un tiempo, con ojos que todo pueden significarlo.Se ve que no conforme con hacer una gran película, Bizzio se puso a escribir grandes libros. [i]Era el cielo[/i] es uno de ellos. Narra la historia de un guionista de televisión que fluctúa entre el amor y el desamor a su ex esposa, con la que comparte un hijo, y a su pareja actual, otra guionista, hiperactiva, repleta de trabajo y creatividad, algo que no hace otra cosa que devolverle al narrador, por contraposición, un espejo constante donde observarse.Y el problema es que al observarse lo que ve es un tipo que en cualquier momento puede perder el empleo, que tiene cuentas sin saldar de su pareja anterior, que ama a su hijo (con el que no vive), y que quiere, entre otras cosas, poder escribir bajo cierta estabilidad emocional. Nada del otro mundo: poder pagar las cuentas y dormir medianamente bien.Más allá de la historia, que incluye una primera escena con una violación contada de forma meticulosa y proverbial, y que es de los mejores inicios de la historia de la literatura argentina (suena exagerado pero cualquiera puede comprobarlo leyendo el libro), lo mejor de la novela es el estilo. Bizzio escribe con una simplicidad apabullante, con una prosa diáfana y engañosamente natural. Y está el cine. En el detalle de las descripciones, y en los diálogos. Bizzio no tiene blog. Es de la generación de escritores que ahora andan por los 50 años. Junto con Alan Pauls y Daniel Guebel, entre otros, es parte de ese grupo de escritores a los que les tocó el pesado lastre de ver cómo escribían después de los setentas, tratando de hacer algo para que no los dejen pegados a los íconos del Boom, y en el camino, inventarse una escritura. Bizzio es de los que mejor lo lograron.

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